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ANÁLISIS Y OPINIONES

De miedos, ansiedades, incertidumbres, frustraciones, desolación y otras extrañas sensaciones.

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Gustavo Mario de Lara Sociólogo

Por: Gustavo Mario Lara ¿Cuándo fué la primera vez que votaste?

La primera vez que voté fue en 1983, por muy poco no pude votar en el 73.

La noche terrible de la dictadura eclesiástica, cívica y militar impidió el ejercicio del voto dentro de ese período, aunque no el de la militancia; Sigilosa eso sí, en pequeñas dosis, entre las penumbras, pero militancia al fin.

Desde aquellas lejanas épocas esas sensaciones mencionadas en el título de la nota y que sí se vivieron durante la dictadura, había prácticamente dejado de existir. No eran parte del cotidiano, o si lo eran, estaban muy acotadas temporalmente en conflictos de todo tipo, pero que no se vivían como terminales.

Demás está decir que lamentablemente se trasladaban a lo íntimo, al entorno de lo familiar y de amistades,  provocando situaciones conflictivas que no surgían de esos hábitats.

No niego los vaivenes económicos del gobierno de Alfonsín con su híper inflación, ni las tres mini híper de Menem, pero eran otra cosa, no se vivían como un salto al vacío.

Siempre había una salida racional, con variaciones pero racional, aunque alguna fuera un experimento funesto.

Aunque hubo una excepción.: El período que va desde el fin del 98 hasta bien entrado el 2002.

La desolación que había causado ese experimento maligno en sus fines, pero hermoso en el envase denominado convertibilidad había llegado a su fin y la realidad desplazaba a la magia y se nos mostraba de manera espeluznante. Desocupación, pobreza en niveles desconocidos, ruptura de los vínculos sociales, también cuasi monedas de todos los colores que en muchos casos servían de poco y nada.

Luego de un par de años, la calma había lentamente empezado a notarse en vastos sectores de la sociedad, era el fin de un ciclo que se había iniciado con el comienzo del nuevo período democrático en el año 83, el cual arrastraba una pesada deuda externa tomada por los genocidas y sus secuaces,  y que con sus altas y bajas nos había llevado, voto mediante, a la debacle final.

Increíblemente muchos nombres funestos de esos años, vuelven a estar presente en esta situación de cuasi ciencia ficción en la cual estamos inmersos.

Realmente, no recuerdo haber escuchado tantos diálogos de dimensiones surrealistas como en esta campaña electoral cuyo punto culminante fueron las PASO. Por momentos me hacen recordar a la reelección de Menem, en donde la semana posterior nadie lo había votado. Pero él había sido reelegido.

Dolarización, venta de órganos y bebés, quema del Banco Central, privatizar las calles y que los dueños de las casas cobren peajes, qué hubo una guerra, qué no fueron 30.000 en fín, qué las mujeres engañan a los hombres para quedar embarazadas pinchándose el forro, o engañarlos diciendo que toman la pastilla… y que como consecuencia de esto los hombres pueden desconocer la paternidad, como si ya no lo hicieran de facto no pasando alimentos para sus hijos reconocidos.

Además, que van a quemar el dichoso Banco Central, el cuál es el único que garantiza las cuentas en las cuales cobramos nuestros sueldos, jubilaciones y demás.

Qué vienen a acabar con el kirchnerismo, como si el propio kirchnerismo ya no se hubiera ocupado de hacerlo en un suicidio político que comenzó casualmente hace 4 años, un sábado 18 de octubre de 2019, eligiendo el que para muchos, entre los cuales me encuentro, era el candidato menos esperado y deseado. Es más borremos lo de deseado, era inimaginable.

Jamás me hubiera imaginado, no ya como sociólogo, sino como simple ciudadano estar discutiendo consignas más de los siglos XV/XIX que del XXI, pero bueno,es la realidad que nos tocó vivir hasta hace unos días, pero no una realidad cualquiera.

Qué el resultado de la primera vuelta haya puesto nuevamente la cordura en la escena cotidiana, no implica no hacer una análisis de una realidad que sigue estando presente.

Una realidad post pandemia que nos modifica y mucho las formas de percibir e identificarnos con lo relacional, lo social, lo público, lo estatal, Incluso de cómo nos auto percibimos.

Una cuarentena nacional que comenzó un 20 de marzo del 2020 y terminó recién el  31 de enero de 2021 con ese miedo a morir, a que nuestros más queridos y cercanos familiares y amigos fallecieran, y no como una simple fantasía post apocalíptica sino como una realidad con más de 9 millones de contagiados y en donde más de 130.000 compatriotas se fueron para no volver.

Consideramos que no pudimos despedir a nuestros familiares y amigos más cercanos, y que los nietos no pudieron visitar a sus abuelos debido a que fueron considerados ‘portadores de un enemigo invisible

Estar bañados de alcohol en gel como cuasi suicidas a lo bonzo.

El descalabro que generó una educación virtual para la cual no estábamos, no solamente en nuestro país, preparados en lo más mínimo, y recuerdo como docente universitario de la UBA ese primer cuatrimestre caótico del 2020 en donde todos parecíamos ratones en un laberinto en donde la salida era casi imposible de encontrar.

Afortunadamente el nivel universitario por un uso relevante de lo tecnológico, y la edad de sus alumnos, pudo ir lentamente afrontando esa contienda que en niveles inferiores fue decididamente un desquicio.

Pensemos simplemente que porcentaje de ciudadanos hubieran abrazado la consigna de destruir el estado en los primeros meses de la pandemia, en donde hoy una pobre figura casi inexistente y que se quiere ocultar tenía una aprobación de más del 80% en su imagen positiva.

Pensemos en una nueva pandemia sin salud pública; es decir, dejemos que nuestras posibilidades de generar los recursos económicos necesarios o que los repatriados sean gratuitos para que no sufran los efectos de conflictos bélicos ajenos, estén en manos del mercado

Lo dije en una nota anterior: No conozco un estudio global de los efectos de la pandemia en las personas, los grupos, las sociedades y por si fuera poco dos guerras de resultado incierto y cada vez más peligroso.

Por primera vez desde la crisis de los misiles de Cuba en octubre, nuevamente octubre pero de 1962 estamos muy cerca de un holocausto nuclear, quizás pase desapercibido a nivel consciente, pero no en nuestro inconsciente.

Virus, pandemia, cuarentena, crisis económica, guerras, quizás son motivos suficientes para que una frase tenga tanto rating como la de “que se vaya todo a la mierda” u otra menos repetida como “todo me importa un carajo”, y acá una pequeña reflexión: Pensá en las veces que tomaste una decisión en caliente, enojadx, frustrados, sin tener en claro lo que ibas a hacer, en donde mandaste todo a la mierda, o en donde el cúmulo de situaciones que se iban superponiendo una sobre otra te llevó a que todo te importara un carajo.

¿Te fue bien?

Yo lo hice, Y me fue para el carajo.

No diré cuántas veces, ya que nadie puede obligarme a declarar en mi contra, pero muchas personas me interrogaron a nivel micro, es decir, sobre mi vida privada

El tema es que hoy la calentura, el enojo, la frustración, los miedos, ansiedades, incertidumbres, desolación y otras extrañas sensaciones se pueden expresar a nivel social, y por otro lado no se puede culpabilizar a quienes sienten que “alguien o algo” se olvidó de ellxs.

La actual generación de adolescentes o jóvenes ha sido la primera desde que tengo uso de razón que se dio cuenta en la praxis que no era inmortal, todo lo dicho anteriormente avalan esta aseveración.

La percepción tan temprana de que la muerte no es algo que les suceda necesariamente a los viejos cambia las formas de percibir la vida y el tiempo. Me hago cargo de la hipótesis de que esta percepción afectó especialmente a los adolescentes desde el punto de vista psicológico y temporal.

A ellos, los jóvenes, les fue expropiada la inmortalidad que todos vivimos en esa etapa de la vida en la que la inconsciencia es lo cotidiano, y una vez expropiada, ya no es recuperable.

Fueron ellos los que más vivieron en carne propia las diferencias del capitalismo al carecer de los medios materiales necesarios para seguir una vida de encierro que con el correr de los meses se transformó en intolerable. Es más, como docente durante más de siete años del proyecto UBA XXII, la posibilidad de conseguir un título universitario estando preso en la Unidad Penitenciaria U2 de Villa Devoto, puedo aseverar que en el encierro las diferencias de clase se intensifican exponencialmente.

El encierro de la pandemia fue vivido por muchos sectores como una “cárcel” luego de un cierto tiempo.

Vayamos a diferencias temporales comprobables.

Mi niñez y adolescencia vivida en la calle, es decir el exterior, mi juventud, en donde la casa era simplemente el lugar donde dormir y comer y la vida transcurría en ese extramuros que se expandía cada vez más. Es más, las generaciones que van desde la década del 20 hasta los noventa del siglo pasado, pudieron ejercer esa sensación de inmortalidad, cada una su manera.

Aunque los más cercanos temporalmente vieron afectada su realidad en un momento en donde la consolidación de las construcciones personales estaban en pleno apogeo y aquí surge la primera pregunta que nos deberíamos hacer.

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¿Quién puede garantizar un futuro en dónde mediante la consolidación cada vez más brutal del neoliberalismo y su vertiente política, el neofascismo la destrucción no se transforme en lo cotidiano?

¿Quiénes están convencidos, teniendo la “certeza/sensación” de haber sido abandonados por el Estado, que esa “certeza/sensación” se puede modificar a través de un voto en nombre de la libertad, así en abstracto?

 O quizás en nombre de esa abstracción que cuando se describe nos pone en lugares rayanos en la locura, en donde seamos libres de vender un órgano de nuestro cuerpo si tenemos necesidades por ser libres de morirnos de hambre.

¿Una vez comenzada la destrucción de todo aquello que nos quita la “libertad”, qué libertad real nos quedará?

Esta elección me ha hecho valorar y mucho el valor social de una especialidad médica como la psiquiatría.

Yo ya expresé mi postura ideológica y política, así que mi respuesta no es una incógnita.

Yo estoy a favor de un control de daños de más de 9 años y más particularmente de los últimos ocho, que me permita visualizar un futuro colectivo y no una salida individual. Veremos que sucede.

La decisión está en nuestras manos., y una última incógnita ¿Las generaciones que en el 2020 tenían entre cuatro y diez años, cómo expresaran las consecuencias de la pandemia?

Simplemente soy sociólogo, no puedo aun imaginarmelo.

Como corolario una simple frase que no es de mi autoría.

Cuando se pueden prevenir.No existen los accidentes.

Gustavo Mario de Lara Sociólogo

Por: www.bocadepozo.com.ar

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