EMPRESAS
Estalla Vaca Muerta: NRG despidió a 640 trabajadores y Camioneros paraliza la región

La tensión en Vaca Muerta llegó a un punto de quiebre tras el fracaso de las negociaciones entre la empresa NRG Argentina y el sindicato de Camioneros. Con más de 640 despidos acumulados desde noviembre y una planta virtualmente vaciada, el gremio de los Moyano lanzó un paro y bloqueos en la región, exponiendo la cara oculta del modelo de «libertad» que impulsa el gobierno nacional: despidos masivos, cero regulación y la sistemática precarización de la clase trabajadora.
El humo blanco nunca llegó. La negociación entre la firma NRG Argentina, principal proveedora de arena para el fracking en Vaca Muerta, y el sindicato de Camioneros fracasó rotundamente. Lo que parecía un conflicto sectorial aislado se convirtió, en apenas unas semanas, en una bomba de tiempo que amenaza con detonar en el corazón mismo del modelo energético de Javier Milei. Un modelo que presume de eficiencia pero no puede garantizar lo más básico: puestos de trabajo y condiciones dignas para quienes hacen posible el negocio.
El conflicto venía gestándose desde fines del año pasado, cuando comenzaron los despidos. Con un goteo constante y silencioso, NRG Argentina fue desmantelando su planta en Allen, provincia de Río Negro, hasta que finalmente, a fines de julio, decidió ejecutar un golpe brutal: despidió a casi todo su personal. La cifra es escandalosa y contundente: 640 trabajadores cesanteados desde noviembre. Hoy solo quedan 90 en pie, como testigos de un naufragio anunciado. Y no se trata de una pyme al borde del quebranto. Hablamos de una firma que es clave en el engranaje del fracking, actividad que se supone es central en la política energética del oficialismo.
La medida, lejos de descomprimir el conflicto, lo encendió. El sindicato de Camioneros, con fuerte presencia en la región, no tardó en reaccionar. Ante la negativa de NRG a reincorporar al personal o abrir una instancia de conciliación real, el gremio liderado por los Moyano se plantó. Convocaron a un paro por tiempo indeterminado y comenzaron a implementar bloqueos en distintos puntos del Alto Valle, incluyendo las plantas de la propia NRG. “Si no hay trabajo, no hay paz social”, fue el mensaje que resonó con fuerza entre los camiones y la bronca contenida.
El caso es paradigmático porque expone, sin maquillaje, las contradicciones profundas del discurso oficial. Mientras Milei vocifera sobre la necesidad de atraer inversiones y flexibilizar las leyes laborales, lo que sucede en el terreno es exactamente lo contrario: las inversiones se fugan, las empresas se achican y los trabajadores son arrojados al desempleo sin red. Vaca Muerta, que el gobierno presenta como la joya de su modelo extractivo, está lejos de ser un oasis de prosperidad. La desregulación impulsada desde Casa Rosada solo parece haber beneficiado a los accionistas y gerentes de las multinacionales, no a los obreros que hacen posible la producción.
NRG, por su parte, se mantuvo en silencio. Ni una declaración pública, ni una explicación, ni un atisbo de humanidad hacia los cientos de trabajadores que dejaron su vida en la empresa. La falta de respuesta solo profundizó la indignación del gremio y de las familias afectadas. No hay plan social ni promesa futura que repare lo que significa quedarse sin trabajo en un contexto económico devastado, con inflación persistente y sin horizonte claro.
El intento de mediación que encabezó la Secretaría de Trabajo rionegrina fue, como era previsible, un fracaso anunciado. La empresa no mostró voluntad de retroceder en sus decisiones, y los representantes sindicales se retiraron de la mesa con más preguntas que respuestas. ¿Cómo se puede hablar de “industria estratégica” mientras se destruyen masivamente los puestos de trabajo en su cadena de suministro? ¿Dónde está el Estado nacional en esta película? ¿Quién se hace cargo de los damnificados?
La inacción del gobierno nacional no sorprende. El ideario libertario que profesa Milei parece contemplar los despidos como parte del “orden natural” del mercado. Pero esa indiferencia ideológica tiene consecuencias concretas: miles de familias quedan en la calle, se paraliza una industria clave y se tensan los ánimos en regiones enteras. Vaca Muerta ya no es solo un yacimiento: es el símbolo de una promesa rota, de un modelo que excluye y desprecia a los trabajadores que lo sostienen.
En ese contexto, el paro de Camioneros adquiere una dimensión que excede lo gremial. Es una advertencia, una señal de resistencia ante la precarización programada que promueve el actual gobierno. La pulseada entre NRG y el sindicato puede leerse también como un espejo de lo que está ocurriendo en otros sectores: achicamiento, despidos, falta de regulación y abandono estatal. El modelo Milei no es solo ajuste fiscal; es desindustrialización, extractivismo sin control y destrucción del entramado laboral.
A la fecha, no hay señales de solución. Los bloqueos continúan, el paro sigue firme y las bases del gremio mantienen la presión. Mientras tanto, los 640 despedidos aguardan respuestas que no llegan. Nadie los convocó, nadie los asistió, nadie les ofreció una salida. Solo silencio, cinismo y desdén desde los escritorios del poder.
Y quizás ese sea el núcleo más doloroso de esta historia: el vaciamiento no es solo económico, también es humano. Se vacía una planta, se vacía una región, se vacía la empatía. En nombre del mercado, se condena al olvido a quienes ya no “sirven” en la lógica cruel de la rentabilidad. Pero lo que está en juego no es un balance contable: es la dignidad del trabajo, es el derecho a vivir de lo que uno sabe hacer.
Mientras el gobierno de Milei hace malabares discursivos para vender “el milagro de Vaca Muerta”, la realidad se impone con su crudeza. Y arde. Arde por la bronca de los despedidos. Arde por la falta de respuestas. Arde porque detrás de cada número hay una historia, un rostro, una vida.