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CRIPTOS

En Córdoba se encuentra la granja de Bitcoin más grande del País y consume 18 MW de potencia.

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Bitfarms funciona en el interior de un gran predio y pegada a una generadora de energía. Visita a la zona para ver cómo la minería de criptomonedas impacta en la economía local.

Sobre una calle de tierra al sur de la ciudad cordobesa de Río Cuarto, a una cuadra de la Ruta 8, una doble puerta de alambre tejido controla el acceso a un galpón de casi dos cuadras de largo. Hacia un costado hay una garita de seguridad y dos perras callejeras, mezcla de border collie con algún gen que las dejó petisas. Se llaman “Bit” y “Farm”: así las bautizaron los empleados de Bitfarms, una de las cinco empresas que concentran la “fabricación” de bitcoins, la criptomoneda más famosa del mundo.

Ubicada en la zona industrial riocuartense, donde la mayoría de las empresas están dedicadas al sector agrícola, Bitfarms está a la vista de todos pero nadie la mira: en la ciudad, pocos saben de su existencia, tampoco que entre concesionarias de tractores, empresas de biocombustibles y la Sociedad Rural local, una empresa tiene todos sus fierros dedicados a producir algo digital.

Mucho menos que dentro de ese galpón hay cerca de 4.500 equipos conectados a internet, que consumen 18 MW de potencia: algo así como 29 estadios de River durante un recital permanente con pantallas y sonido a todo trapo. ¿La clave? Un generador propio y separado de la red pública para no dejar sin luz a los 292.293 vecinos de Río Cuarto.

Adentro, el ruido es ensordecedor y el calor es insoportable: en verano puede llegar a 60 grados. Afuera, todo está quieto y no hay ruido. Tan solo se ve, tras el galpón, un transformador inmenso que energiza a los “mineros”, computadoras conectadas 24/7, en un data center inmenso que nunca para de exprimir el poder de cómputo de esos chips fabricados en algún lugar de Taiwán, China o Corea del Sur.

Toda esa estructura se necesita para “minar” criptomonedas. Pero también se necesitan técnicos, especialistas y reparadores: 19 empleados que trabajan todos los días en lo que, para el ojo desnudo, parece un tambo virtual que extrae un bit tras otro para minar, desde la zona mediterránea argentina al mundo descentralizado de las criptomonedas.

Qué hace una «granja» cripto

Hay que distinguir algo fundamental para entender qué hace esta empresa: una cuestión es comprar y vender criptomonedas, algo que hacen traders o aplicaciones. Otra muy distinta es «crearlas» y validar sus transacciones. Los activos digitales se «minan»: es el proceso de su «creación» virtual.

Así como un billete se imprime bajo una serie de estándares de seguridad (tinta especial, marcas de agua, papel moneda etc.), las cripto se inscriben en un registro público digital llamado blockchain, que es descentralizado y no depende de ningún banco.

“La blockchain es una estructura de datos inalterable: minar es darle bloques a la blockchain para que se pueda seguir escribiendo ese registro de transacciones mediante algo llamado ‘hash’, que es una función criptográfica”, explica a Clarín Nicolás Wolovick, Doctor en Ciencias de la Computación por la Universidad Nacional de Córdoba.

A las empresas que hacen esto de manera profesional se les dice “granjas”, solo que son bien distintas a las que están alrededor en Río Cuarto: no producen pollos, sino bitcoins. 

Bitfarms, fundada por dos socios argentinos, Emiliano Grodzki y Nicolás Bonta, juega un rol central en el mapa de la minería de bitcoin. De las empresas que cotizan en bolsa, están entre las siete principales y minan el 1.5% del total de la red, unos 12.6 BTC por día repartidos en sus 12 data centers alrededor del mundo: 7 en Canadá, 3 en el estado de Washington (EE.UU.), uno en Villarica (Paraguay) y el de Río Cuarto. En abril pasado, llegaron a minar 379 BTC.

Bitcoins mediterráneos: cómo trabajan en Río Cuarto

“Toda la instalación y el diseño del galpón de Río Cuarto es propio. Nosotros fuimos adquiriendo experiencia a lo largo de estos 5 años, a partir de los distintos data centers que construimos en Canadá, pero cada uno es distinto”, cuenta Damián Polla, gerente general de América Latina, en las oficinas de Río Cuarto.

Es decir: los equipos se importan, pero toda la infraestructura para que funcionen, además del mantenimiento de la red y las reparaciones, se desarrolla de manera local. De los 19 empleados de Río Cuarto, 14 son técnicos, más un experto de laboratorio para reparaciones más específicas y dos IT que se encargan de mantener la red. Dos personas de recursos humanos completan la plantilla.

La formación técnica juega un papel fundamental en este entramado: “Acá en Río cuarto se dan un montón de confluencias del conocimiento. Bitfarms se instala acá por las condiciones que tienen con la energía pero también porque hay cinco universidades que les dan los ingenieros eléctricos, mecánicos y electrónicos que necesitan para producir”, analiza el secretario de Desarrollo Económico Comercial e Industrial del Gobierno de Río Cuarto, Germán Di Bella.

El mantenimiento de los equipos en funcionamiento es la principal tarea de los empleados de una granja de cripto.

Nicolás Vilchez, gerente de operaciones de América Latina, explica cómo arranca un día de trabajo: «Nosotros nos manejamos con un NOC [Network Operation Center], un centro de control 24 horas donde tenemos cámaras de todo el lugar y tenemos el monitoreo del hashrate«, la velocidad a la que se minan las criptomonedas. Cuanto más alta, más rentabilidad.

«Tenemos dos niveles de técnicos: los que trabajan directamente sobre los equipos (reparaciones, ajustes) y los que se encargan del mantenimiento de las condiciones generales, desde la limpieza de los filtros limpios, hasta los ventiladores», agrega.

La limpieza no es un dato menor: el polvo es el principal enemigo de la granja de Río Cuarto. A diferencia de los data center de Canadá, donde tienen más de medio año con nieve, la zona donde se encuentra el galpón al sur de la ciudad cordobesa está rodeada de micropartículas de tierra que afectan a los chips. 

Ahí entra a jugar una enorme cantidad de filtros que hay que mantener limpios, ya que todo el sistema está refrigerado mediante lo que en la jerga informática se conoce como “air-cooling”: refrigeración por aire.

La segunda pata clave del negocio son las reparaciones, que son constantes: de la totalidad, unas 40 o 50 unidades suelen encontrarse en estado de chequeo o reparación (el 1% del total). 

“Explicar de qué trabajás, acá, es muy difícil. Río Cuarto es 99% agrícola, es una zona muy del campo. Lo que esto trajo acá es que se empezó a generar, a partir del boca en boca, un conocimiento sobre el tema, que es atípico incluso a nivel país. Cuando hablás con amigos es difícil explicarles lo que hacés”, cuenta Vilchez.

La mayoría de los empleados son estudiantes que están cerca de recibirse de carreras relacionadas al trabajo. Maximiliano Carbone, supervisor de operaciones en Argentina, es egresado de la carrera de Ingeniería Eléctrica en la Universidad Nacional de Río Cuarto y está en la empresa desde julio del año pasado.

“Es un grupo multidisciplinario con mucho empuje y conocimiento: la idea es tratar de bajar la línea de que los problemas se resuelvan desde abajo, entonces vos les estás dando una herramienta a los chicos para poder mejorar su puesto y que se sientan todos los días un poco más cómodos en el rol que les toca cumplir”, cuenta, mientras muestra una serie de modelos impresos en 3D que diseñó un miembro del equipo para organizar mejor las herramientas de trabajo.

Este es un dato no menor para la economía del conocimiento: “Acá construimos casi todo lo que no venía de afuera, e incluso algunos componentes como los PDU [el dispositivo que controla la energía eléctrica] no los trajimos de China, sino que los diseñamos acá. Las persianas acústicas también las diseñamos acá”, recuerda el gerente general.

“Todo lo que no viene de Canadá se hace acá. Lo mismo pasa con las reparaciones: vamos aprendiendo cómo funcionan los equipos”, agrega Carbone, en relación a la práctica de abrir las plaquetas para repararlas.

De a poco, en Río Cuarto, se va generando conocimiento local sobre esta industria: son pocos, pero cada vez más calificados. Quizás por eso Bitfarms paga salarios muy por encima del promedio de Río Cuarto, con gastos incluidos como el combustible o prepaga para todo el grupo familiar. Y cobran el 100% del salario en moneda local, nada en cripto.

Si bien la empresa no mueve la aguja del empleo local, en lo que sí influye es en el consumo de electricidad: la producción de la red de bitcoin demanda muchísima energía, al punto que en febrero de 2021 pasó el consumo anual de toda la Argentina.

Bitfarms encontró una forma de no interferir con la luz de Río Cuarto: se instalaron al lado de una generadora termoeléctrica (a vapor) llamada Generación Mediterránea, que pertenece a Grupo Albanesi. Mediante un acuerdo entre privados, tiraron un cable subterráneo que les da energía de calidad y divorciada en su totalidad de la red pública que maneja la Empresa Provincial de Energía de Córdoba (EPEC).

Esta decisión la tomaron por dos razones: por un lado, para evitar problemas de suministro con Río Cuarto. Y, por el otro, para aprovechar las ventajas tanto logísticas como económicas de estar “pegados” a la fuente de energía: la granja paga 0.03 centavos de dólar por KWh, “la tarifa más baja de toda la cartera de Bitfarms”, según el CEO de la empresa, Geoff Morphy.

«Nosotros firmamos un contrato marco con Albanesi que se puede desarrollar en etapas. Con el data center de hoy consumimos 18 MW, podemos tomar hasta 50 MW y el potencial máximo es de 210 MW”, repasa el gerente general de Bitfarms.

Así, en una zona donde la soja es la estrella productiva y lo que mueve el amperímetro de la economía local, a Bitfarms la miran como un bicho raro en el parque industrial de Río Cuarto. El galpón de Río Cuarto es una rareza que creció en uno de los suelos más fértiles de la Provincia de Córdoba: ni maíz, ni soja, ni trigo. Bits.

Una industria ciclotímica y contaminante

“La rentabilidad de bitcoin está en los niveles más bajos de los últimos 5 años, un 80% por debajo de lo que estuvo a fines de 2021. Y esto pasa porque el precio del bitcoin en noviembre de 2021 estaba 65 mil dólares -hoy está está 30 mil-, el Network hashrate en ese momento era 100, hoy es 350. O sea, hay más gente minando con la mitad de precio”, analiza Polla.

Sin embargo, la cabeza regional de América Latina es optimista: «Esto es la economía del conocimiento: tiene un enfoque tecnológico pero también industrial. Yo veo Argentina en general posicionada muy bien de cara a todos los excedentes que va a haber con la inversión en energía con Vaca Muerta y el crecimiento de la industria de los hidrocarburos».

Tanto especialistas en cómputo de alto rendimiento como ambientalistas, en cambio, tienen sus reparos por la inmensa cantidad de energía que consume la red. 

«Esta empresa comunicó que apunta en un futuro a una producción que use 210 MW. El pico de consumo de Córdoba capital en las épocas de calor, algo así como en diciembre del año pasado fue de 890 MW, o sea, solamente para minar bitcoins esa empresa podría utilizar a futuro un cuarto de toda la energía que usa la Ciudad de Córdoba, con cerca de un millón y medio de habitantes”, reflexiona Wolovick, encargado de manejar a Serafín, una supercomputadora ubicada en el campus universitario cordobés.

“La primera crítica importante es que se trata de un consumo opaco. El Times publicó recientemente una investigación en torno a 35 operaciones de minería de bitcoin y encontró que consumen lo mismo que los tres millones de hogares que los rodean, consumen al menos 30.000 veces más energía que un hogar estadounidense”, analiza para Clarín Marta Peirano, periodista española especializada en tecnología y crítica social del modo productivo tech.

“Esto tiene consecuencias directas: producen una contaminación proporcional al consumo. Según la investigación, basada en un análisis de WattTime, esas 35 mineras añaden una cantidad de dióxido de carbono equivalente a 3.5 millones de automóviles a nafta. Y lo más dramático: todo este gasto no es para calentar hogares, producir alimentos o construir hogares. Es un gasto completamente improductivo, dedicado a la pura especulación”, sigue.

“Mi opinión es que es imperativo que los datos relativos al consumo hídrico y eléctrico de estas operaciones sean públicos, para que la ciudadanía entienda las consecuencias y pueda decidir si las acepta o no”, agrega la autora de Contra el futuro.

En el caso de Bitfarms, la energía que usan es termoeléctrica, es decir, producida por generación de vapor. Clarín contactó en reiteradas ocasiones a su proveedor, Grupo Albanesi, pero no recibió respuesta ante las consultas sobre la producción de este insumo industrial y su aporte a la contaminación del medio ambiente.

Tampoco sobre cuánto le cuesta a Albanesi generar la energía termoeléctrica, o si Bitfarms abona un servicio subsidiado para pagar 0.03 centavos de dólar por KWh, el precio más barato de sus 12 data centers.

Fuente: Clarín

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