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CRIPTOS

Ante el derrumbe en las criptomonedas, algunas reflexiones sobre el ecosistema.

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Las abruptas bajas que han sufrido las criptomonedas en sintonía con las dificultades que atraviesa el sistema financiero internacional abren una serie de interrogantes sobre la naturaleza de estos activos digitales. Por Carlos Weitz

Sus creadores e impulsores se han nutrido desde el punto de vista filosófico de distintas escuelas de pensamiento, primordialmente anarquistas y libertarias, enfrentadas en el modelo de sociedad ideal al que apuntan, pero unidas en el frontal rechazo a cualquier ente centralizado que pueda acceder a sus bienes, identidad, sus gustos o preferencias.

Bajo esta cosmovisión se consolidaron distintas ideas, por un lado la que el Estado es un ente intrínsecamente corrupto e ineficiente que atenta contra las libertades individuales, y que estos atropellos puede cometerlos gracias a la posibilidad que tienen los bancos centrales de emitir moneda sin contar con respaldo alguno.

El mismo Estado que financia sus desatinos a través del cobro coercitivo de impuestos y que permite que un número muy pequeño de compañías privadas centralizadas como Facebook (Meta), Apple o Amazon se enriquezcan a través del uso indebido de información privada. Dentro de este círculo maligno de entes centralizados al que apuntan los libertarios están también las instituciones financieras a quienes acusan de apropiarse legalmente del dinero de la gente, malversándolo en operaciones ruinosas. El mejor ejemplo es el de la crisis financiera del 2008, donde muy pocos bancos cayeron mientras que millones de personas perdieron sus ahorros o su empleo.

Frente a este panorama imaginan un mundo ideal sin Estado, sin Bancos Centrales y por ende sin un sistema bancario tal como está conformado en la actualidad.

La poderosa y multifacética tecnología denominada “blockchain” que comenzó a desarrollarse a principios de este siglo les brindó a estos grupos una herramienta conceptualmente perfecta para combatir estos males: surgió el mesías llamado bitcoincriptomoneda lanzada en el año 2008 caracterizada por alcanzar una emisión limitada, ser accesible a cualquier individuo que pueda conectarse a internet resida donde resida, anónima, segura, con la capacidad de transferir y recibir la moneda hacia y desde cualquier lugar del planeta. Y por sobre todo fuera del radar del Estado.

Dado lo novedoso y peculiar del concepto llevó unos años que se desarrollara, y que el nuevo ecosistema cripto fuera abrazado por una porción creciente de personas e instituciones. Surgieron nuevas monedas asociadas a la criptografía con características diversas; se potenciaron las finanzas descentralizadas; se crearon todo tipo de plataformas inteligentes con la capacidad de desintermediar no solo a los bancos sino también a otros colectivos profesionales, se comercializaron libremente distintos tipos de productos tales como obras de arte de características diversas, se potenció el mundo virtual con experiencias enriquecedoras, pudiendo llevarse a cabo también proyectos de ayuda social, y de inclusión financiera.

Pero en este cocktail explosivo y caótico se mezclaron la biblia y el calefón. Se crearon en muy poco tiempo cerca de 15.000 monedas virtuales con muy elevadas volatilidades, la capitalización del mercado llegó en ese lapso a miles de miles de millones de dólares. Pero la fiebre del oro atrajo la atención de exactamente el mismo universo de actores que opera en el mundo físico, actividades criminales nacionales y transnacionales, tales tráfico de personas, drogas, armas se vieron facilitadas por esta nueva teconología.

Pero quizás el caballo de troya que penetró en el ecosistema cripto fue la adopción y reproducción de todos los vicios del sistema financiero tradicional que pretendía suplantar. El apalancamiento sin límites, el crecimiento exponencial de los denominados “productos derivados” asociados a los criptoactivos sin ningún tipo de regulación estatal más un poderoso aparato comunicacional remunerado para vender ilusiones, puso al sistema en una posición de debilidad, que, ante el primer viento fuerte de cola que recibió hizo que el castillo de naipes empezara a desmoronarse.

Irónicamente el sistema ideal de criptomonedas pensado para ser inmune a las acciones de los Estados corruptos y a las intervenciones de los bancos centrales empezó a resquebrajarse cuando un ente estatal, el Banco Central de Estados Unidos subió las tasas de interés afectando a todos los mercados financieros. El evidente contagio que se observa en estos meses pone en evidencia el fracaso de las criptomonedas en su objetivo de independizarse del sistema financiero tradicional.

El alivio por la falta de regulaciones logrado en su origen por el ecosistema cripto que potenció el mercado alcista, se transformó en una pesadilla cuando la tendencia se revirtió y se hicieron evidentes errores de cálculo, imprevisiones, falta de transparencia o simple y llanamente fraudes que potenciaron aún más la caída. La desaparición escandalosa de una criptomoneda (supuestamente) estable llamada Terra ocurrida hace unas semanas o la suspensión ocurrida ayer en las actividades de una conocida plataforma cripto llamada Celsius son sólo algunos ejemplos de problemas que seguramente seguirán apareciendo mientras esta tendencia se mantenga.

Nadie puede negar la potencia del avance tecnológico y el infinito abanico de posibilidades que ofrece, ni predecir el futuro de esta industria. Posiblemente esta caída del mundo cripto sirva para separar la paja del trigo, y termine produciéndose una depuración donde sobrevivan sólo aquellos activos digitales que estén estructurados sobre bases más sólidas.

Ante la súbita aparición del fenómeno cripto, la reacción de los estados ha sido idiosincrática. Por citar casos extremos, China prohibió todo tipo de actividad con criptomonedas avanzando firmemente en la implementación de una moneda digital pública, mientras que El Salvador adoptó el bitcoin como moneda de curso legal debido a que las remesas que recibe el país de salvadoreños que residen en el exterior son muy significativas.

Más allá de estas decisiones extremas, y del hecho que cada nación deba analizar con muchísimo cuidado su situación particular, la destrucción de riqueza ocurrida en las últimas semanas, sumada a los fraudes diseminados por el mundo durante los últimos años interpela en forma directa a la responsabilidad de los estados que, en mi opinión, tienen la obligación de proteger a aquellos inversores minoristas que no cuentan con la educación financiera suficiente para entender estos productos complejos.

*Ex presidente de la Comisión Nacional de Valores

Fuente: Ámbito.com

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